jueves, 18 de octubre de 2012

Si nos pintáramos todo el cuerpo con pintura dorada ¿nos pasaría lo mismo que a la chica de 'Goldfinger'?


Una de las imágenes míticas de la saga de James Bond (era Sean Connery, of course) pertenece a la tercera película, estrenada en 1964 bajo el título Goldfinger. Además de estrenar el autómovil Aston Martin DB5, que reaparecería en “Operación Trueno” (Thunderball) y en otras películas como “GoldenEye” y “Casino Royale”, una chica es asesinada de un modo muy original: cubriéndose cada centímetro de su piel con pintura dorada.

La intención es que así su pies sea incapaz de respirar y muera asfixiada. La actriz que interpretaba a la pobre chica dorada era Shirley Eaton, y publicó su autobiografía en el año 2000, a pesar de que corría la leyenda urbana de que había muerto asfixiada durante el rodaje de la escena. De hecho, los productores de la película creyeron conveniente que un médico asistiera al rodaje de la escena y que se dejaran 10 centímetros de piel sin pintar en el abdomen de la actriz, a fin de que la piel pudiera “respirar”.
Pero ¿cuánto hay de cierto en esto? ¿Realmente la piel necesita respirar y si tapamos todos sus poros nos asfixiaríamos?
A pesar de lo gráfico de la secuencia cinematográfico, sería imposible asfixiar de ese modo a una persona, ni con pintura dorada ni con pintura de cualquier otro color. Básicamente porque solo respiramos por la nariz y la boca, no por los poros de la piel. Si acaso, la mujer podría morir de calor, siempre que dejáramos la pintura el suficiente tiempo cubriendo su piel, porque los poros, bloqueados por la pintura, no podrían sudar, que es la forma que tiene nuestro cuerpo de regular su temperatura.
Otra suerte correría el ratón marsupial de Douglas (Smithopsis douglasi), porque es un animal de doce centímetros de longitud que respira por la piel. Él sí que podría haber protagonizado la escena de Goldfinger, aunque no fuese un personaje tan glamouroso (aunque el marsupial no fue descubierto hasta 1998, bastante después del rodaje).
Tal y como explica John Lloyd en El nuevo pequeño gran libro de la ignorancia:
Los ratones marsupiales de Douglas nacen inusualmente poco desarrollados: su período de gestación es de tan solo doce días, y la cría nacida apenas es más larga que un grano de arroz. Por lo tanto, no pueden utilizar los pulmones inmediatamente, así que intercambian el oxígeno y el dióxido de carbono a través de la piel: algo que antes se creía imposible en cualquier mamífero. Los investigadores se dieron cuenta de ello cuando se percataron de que las crías recién nacidas ni respiraban ni estaban muertas.


Visto en xatakaciencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario