jueves, 26 de mayo de 2011

Por un biberón

Mañana es la única utopía


Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo...
¡Qué importa eso!.
Tengo la edad que quiero y siento.
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o a lo desconocido.
Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la
convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!.
No quiero pensar en ello.
Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicta.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven, no lo lograrás.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
Y otras en un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas... valen mucho más que eso.
¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!.
Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuántos años tengo? ¡Eso a quién le importa!.
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.

José Saramago
Premio Nobel Literatura 1998.

De la Burbuja Inmobiliaria a la Crisis

Christian, el león

En 1969, Ace Bourke y John Rendall -dos australianos que vivían en Londres- compraron un cachorro de león en el departamento de animales exóticos de los almacenes Harrods. Procedía del zoo de Ilfracombre, donde una pareja de leones había tenido cachorros. Christian, como llamaron al león, pesaba 18 kg y demostró ser un animal muy inteligente y cariñoso, tanto con las personas como con otros animales.

Instalaron al león en el sótano de una tienda de muebles llamada Sophistocat, situada en el barrio londinense de Chelsea. A veces lo llevaban a comer a un restaurante llamado Casserole, y en ocasiones viajaba con sus dueños en la parte trasera de un Bentley. Solía corretear en el cementerio de una capilla del barrio y además tuvo la ocasión de bañarse en las orillas del Canal de la Mancha. Al año de su compra, cuando Christian pesaba ya 84 kg y empezaba a exhibir melena, se hizo evidente que, aunque nunca hizo daño a nadie, no podía seguir llevando una vida urbana ni habitando en aquel sótano londinense.

Entonces, Bourke y Rendall decidieron que lo mejor que podían hacer era llevarlo a África para que se criase en libertad. Por ello se pusieron en contacto con Bill Travers, el actor que protagonizó la película "Nacida libre", que contaba la historia real de cómo el conservacionista George Adamson, The father of lions" o, simplemente, "Lion Man, criaba en su hogar en la reserva de Kora, situada cerca del río Tana y a unos 350 kilómetros al noroeste de Nairobi, a unos cachorros de león, entre ellos, a Elsa.

Los jóvenes se entusiasmaron, pensando en el bien de Christian, por lo que Travers se puso en contacto con George Adamson quien ayudó a organizar el traslado del león a África.

Para Adamson fue todo un reto y una historia aún más impactante y extraña que la de Elsa, puesto que vio bastante difícil la idea de trasladar a África a un león de ciudad, que no había nacido en libertad y, por lo tanto, no conocía los olores, ruidos y demás aspectos característicos del hábitat.

Para financiar el proyecto se grabó un documental contando la historia del cachorro de león: "Christian, the lion".

Christian Viajó a África en una caja hecha a su medida y John y Ace lo acompañaron para que el traslado no fuese tan traumático.

John Rendall y Ace Bourke viajaban ocasionalmente hasta Kenia para ver los progresos de su león. En 1974, Adamson les escribió para darles la buena noticia: Christian ya se valía por si mismo y rara vez volvía al campamento para buscar comida. Entonces los dos amigos hicieron un último viaje con la intención de despedirse para siempre de la que fuera su mascota.

Hacía casi 9 meses que Christian no se acercaba por la reserva cuando Bourke y Rendall viajaron a África para reencontrarse con él. Adamanson les advirtió de que tal vez ya no los reconocería, por el paso del tiempo y la vida en libertad...

Pero Bourke y Rendall quisieron intentarlo de todos modos...