martes, 24 de mayo de 2016

Al salir del túnel


Hotel cutre


Sólo contesta con monosílabos


Manolo, cuánto tiempo...


Un asunto personal


Nadie es perfecto


Una relación seria


Despedida


Amor de madre


Hasta que la comida nos separe


Se cumplen 30 años del desastre de Chernóbil



En la madrugada del 26 de abril de 1986, se realizaba una prueba de seguridad en la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania. La prueba consistía en medir el tiempo que se tardaría en refrigerar el reactor en caso de producirse un corte de luz. Esto debería haberse hecho en 1984, antes de que el reactor empezase a funcionar, pero con las prisas para cumplir los plazos de puesta en marcha se dejó a un lado la seguridad, siendo esta la primera de muchas negligencias. El resultado fue el mayor accidente nuclear de la historia. Quienes vieron el fulgor de las explosiones del reactor reflejado en el cielo nocturno y pudieron contarlo, coinciden en que era de una belleza sobrecogedora, aunque seguramente en ese momento no tenían ni idea de la magnitud de la tragedia que se avecinaba.

En la primera comunicación de los desconcertados responsables de la central con el Kremlin, no se habla de la explosión del reactor, sino que se da parte de una avería y un incendio. Aunque la información está avalada por el presidente de la Academia de Ciencias de la URSS, Anatoli Alexadrov, que garantiza que la central no corre peligro, el presidente Gorbachov no se fía y envía una comisión científica para enterarse de lo que está ocurriendo en Chernóbil. Si resulta ser un incidente sin importancia, no darán parte a la Agencia Internacional de la Energía Atómica y todo quedará en casa.

Cuatro horas después de las explosiones, los bomberos consiguen apagar todos los fuegos menos el del reactor. Lo que no saben estos bomberos es que se han expuesto a unos niveles de radiación letales. Dos de ellos morirán tan sólo en unas horas; el resto, en los meses siguientes. Sus cuerpos se convierten en desechos radiactivos, que son colocados rápidamente en ataúdes de zinc y enterrados en fosas profundas para que no propaguen la radiación.

A cuatro kilómetros de Chernóbil se encuentra Pripyat, localidad de 50.000 habitantes fundada en 1970 para albergar a los trabajadores de la central. Al despertar aquella mañana, los habitantes de la ciudad se encuentran las calles tomadas por soldados que patrullan con máscaras antigás, helicópteros encima de sus cabezas y demás vehículos militares.

A pesar de que las lecturas de radiactividad indican que los niveles son 600.000 veces más altos de lo normal, la comisión enviada desde Moscú no sabe bien qué ha sucedido, ni cómo actuar. Por si acaso, deciden evacuar a la población, utilizando para ello un millar de autobuses enviados desde Kiev.
Pero los habitantes de Pripyat no serán los únicos evacuados. En los días siguientes, se evacuará un total de 135.000 personas de todas las poblaciones en un radio de 30 kilómetros en torno a la central. Un mes después, la cifra de evacuados superará el millón de personas.

Al día siguiente de la explosión, el 27 de abril, el viento empuja la nube radiactiva y Suecia detecta un aumento espectacular de la radiactividad en su territorio. La URSS se ve obligada a reconocer que algo ha ocurrido en Chernóbil. Se admite un accidente, pero sin dar más explicaciones, lo que hace que se disparen las especulaciones sobre la magnitud del incidente.

La URSS no tiene ningún plan para una emergencia nuclear, sencillamente porque no espera que pueda ocurrir. Con lo que sí que cuenta es con recursos humanos, por lo que durante los meses siguientes moviliza a 600.000 “liquidadores”, personas que lucharán por contener la catástrofe y descontaminar la zona.
No hay cifras oficiales, pero se estima que, 30 años después, 60.000 de estos liquidadores han muerto por causas derivadas de la radiación y otros 150.000 sufren alguna discapacidad.

Empiezan por el reactor 3. Allí ha ido a parar gran parte del grafito que recubría el combustible nuclear y es una de las zonas más contaminadas. Primero envían robots a retirar los escombros, pero la radiactividad abrasa sus circuitos, por lo que se envía a 3.500 liquidadores bajo la promesa de un coche y espectaculares subidas de salario si son civiles, y librarse de ir a Afganistán si son militares. No hay trajes especiales, por lo que se improvisan recubriendo de plomo delantales, gorros y batas. Deben lanzar dos paladas de tierra al cráter del reactor sin asomarse. Y sólo trabajan durante un minuto, porque en ese tiempo reciben la radiación que en condiciones normales recibirían en toda una vida.
Mientras, el reactor 4 es bombardeado con sacos de arena desde helicópteros para extinguir el incendio del núcleo y parar la emisión a la atmósfera de material radiactivo.

Mientras en todo el mundo se habla de Chernóbil, la prensa soviética guarda silencio. El bombardeo de arena en el reactor 4 no ha conseguido apagar el incendio, es más, el peso de la arena amenaza con romper el hormigón. Pero el riesgo se acumula en el sótano, anegado por el agua empleada por los bomberos. Si el suelo cediera y el magma incandescente del núcleo entrara en contacto con la masa de agua, la reacción sería una explosión termonuclear que devastaría Europa entera, haciéndola inhabitable durante miles de años. La solución, drenar el sótano, tarea para la que no faltan voluntarios. Una vez se consigue apagar el fuego del reactor, la prensa soviética empieza a hablar de Chernóbil utilizando palabras como “héroes”, “hazaña” y “victoria”.

La nube radiactiva se extiende por toda Europa y también llega a China, Canadá y Estados Unidos. Varios países destruyen enormes cantidades de leche y verduras contaminadas. Europa prohíbe la importación de productos agrícolas soviéticos y la URSS se lo toma como un boicot político, asegurando que la radiactividad no supera los niveles de seguridad permisibles.

Mientras, los cimientos del reactor continúan amenazados. En el subsuelo hay un acuífero que abastece de agua a Ucrania. Si el combustible se filtrase a la capa freática, el desastre sería irreparable, por lo que se recluta a 10.000 mineros para que para que construyan un túnel de 150 metros con el fin de apuntalar la estructura del reactor con cemento. Los mineros acaban en 34 días una obra prevista para tres meses, trabajando en condiciones infernales. Soportan 50 grados bajo tierra y muchos de ellos acaban trabajando semidesnudos, sin ninguna protección contra la radiactividad. De ellos, 3.500 no llegarán a cumplir 40 años.

Por fin, el 14 de mayo, Gorbachov reconoce ante los medios la magnitud del siniestro, pero la desconfianza occidental sólo se disipará en agosto, en una conferencia internacional celebrada en Viena, en la que 500 expertos analizan un informe que detalla las causas y los efectos del desastre.

"Liquidadores"
Además de la zona de exclusión, otras áreas quedaron inhabitables. En suelo bielorruso cayó cerca del 70% de la contaminación radiactiva. Desde entonces, la esperanza de vida en Bielorrusia se ha reducido y las enfermedades relacionadas con la radiación se han multiplicado entre niños y adultos.

Meses antes de la catástrofe, la URSS había establecido un programa de construcción de centrales nucleares, con el fin de generar más electricidad con la que contribuir a la modernización de su industria. Chernóbil dio al traste con aquel programa y la economía soviética quedó lastrada definitivamente.

De forma lenta pero progresiva, los medios fueron desvelando las consecuencias de la catástrofe, la ocultación de los hechos y la negligencia de los dirigentes. Chernóbil asestó un golpe irreparable al régimen soviético.