domingo, 7 de septiembre de 2014

Los años del Córdoba y del Cordobés

Por Alfredo Relaño

El Córdoba C.F. apareció en Primera en la 62-63, sólo ocho años después de su fundación, fusión de dos clubes locales, el RCD Córdoba y el San Álvaro. Fue un ascenso en circunstancias curiosas. Llegó a la última jornada como líder del Grupo Sur, con un punto más que el Málaga, pero con el goal average perdido. Tenía que ganar en Huelva para asegurar el ascenso. Como el Recreativo no se jugaba nada, el Málaga le primó de una forma realmente singular: le pagó cuatro días de ejercicios espirituales, en parte para asegurar su descanso y en parte para mover su conciencia a la virtud. No sirvió de mucho: el Córdoba ganó 0-4, con tres goles de Miralles, héroe del ascenso. Ese Córdoba jugó después contra el Depor de Amancio y Veloso, campeón del Grupo Norte, por el título honorífico de campeones de Segunda, y salió ganador.



 Aquel era un equipo bien hecho por Olsen, exjugador del Madrid y del propio Córdoba. Futbolista en buena edad y con cierto recorrido en equipos de Primera o de lo mejor de Segunda. Bastaron los mismos más el central Mingorance, fichado del Granada, para mantenerse en Primera con serenidad en la temporada de su presentación. Otros fichajes (Castaño, Egea…) no llegaron a hacerse sitio fijo. Eran tiempos de alineaciones de memoria: Benegas; Simonet, Mingorance, Navarro; Ricardo Costa, Martínez; Riaji, Juanín, Miralles, Paz y Homar. Riaji, marroquí, era la estrella de importación. Juanín, criado en el Betis, era el cerebro, el favorito de la afición, junto al goleador Miralles.

La última jornada de la 63-64 ocurrió una tragedia que conmocionó a toda España. Un autobús que reforzaba la línea de Pío XII al campo de fútbol, El Arcángel, cayó al Guadalquivir. Murieron 11 personas. Eran rezagados que iban al partido, que comenzaba a la hora del accidente. En la ciudad cundió el pánico, porque todo el que tenía familiares en el fútbol tuvo razones para temer. La megafonía del campo dio multitud de avisos llamando a familiares. En medio de esa confusión, el Córdoba ganó 4-0 al Levante, un gran resultado que descartaba el riesgo de la promoción, pero nadie lo celebró. Al final, el campo estaba casi vacío.

El zapatazo llegó en la temporada 64-65. Terminó quinto. En casa ganó todos los partidos menos tres que empató. Sólo encajó dos goles, uno de Di Stéfano, para el Espanyol, el otro en propia meta. Fue el curso de la irrupción de Reina, aún juvenil. Salió del Santiago, un equipo local, y su aparición, de la mano de Ignacio Eizaguirre, entrenador, glorioso portero en los cuarenta, fue estelar. Entonces se daba por sentado que los porteros necesitaban más maduración que los jugadores de campo. Un portero de 18 años era extraordinario. Se mantenía, aún, a grandes trazos, el equipo del ascenso, aunque con algunos refrescos, como el ex madridista Luis Costa, extremo de la generación de Velázquez, o el fino interior Tejada, surgido, como Reina, del Santiago. La alineación también se recitaba de memoria: Reina; Simonet, Mingorance, López; Martí, Ricardo Costa; Luis Costa, Juanín, Miralles, Tejada y Cabrera.

Eran los años del estallido de El Cordobés. Córdoba estaba de moda. Es difícil explicar a quien no lo vivió el grado de popularidad que alcanzó en esos años El Cordobés, con su leyenda del robagallinas que llegó a ser habitual de las cacerías de Franco. Revolucionario en su toreo, detestado por los aficionados clásicos, arrebataba a los grandes públicos. Le llevaba El Pipo, un genio del marketing cuando no se sabía lo que era eso. Ni juntando ahora a Nadal, Gasol, Alonso, Márquez, Casillas, Iniesta y los mejores toreros del momento se construiría una montaña de popularidad como la que levantó él. Fuera de España fue tan célebre como aquí. El libro O llevarás luto por mí, de Lapierre y Collins, fue best seller mundial. Aún recuerdo que el día de su presentación en Madrid, en mayo de 1964, en mi colegio nos dieron suelta una hora antes para que se pudiera ver la corrida por televisión.

El Cordobés fue gran hincha del equipo. En lo posible, no fallaba a un partido. Siempre invitado al palco, repartiendo abrazos efusivos en cada gol o puñetazos simulados si el gol era en contra. Muchos jueves participaba en el entrenamiento. Los jueves siempre había partidillo. Como las plantillas eran cortas, se completaban dos equipos con algún juvenil, algún ex, el segundo entrenador… El Cordobés, un apasionado, acudía mucho, aprovechando que la temporada de fútbol va a contrapié con la de toros. Miralles, con el que me vi hace poco en su Xàtiva natal, recuerda aquello con simpatía: “Se apañaba. Jugaba de medio, iba y venía, corría sin parar. Siempre estaba donde el balón. Con él en los pies era otra cosa, claro. Pero tenía un entusiasmo…”.

Ese entusiasmo le llevó tiempo más tarde a proponer una extravagancia: su propio fichaje, sólo que poniendo el dinero él. Eso fue ya a finales de la 67-68. Al cabo de cinco años en Primera, el Córdoba empezó a sufrir el peso de los sueldos que en la categoría debía pagar. Y fue traspasando jugadores. Mingorance y Miralles, al Espanyol, Tejada al Madrid, Reina al Barça. Ricardo Costa se mató en accidente de tráfico, lo que fue un impacto tremendo. Empezaron los apuros.

Fue entonces cuando, en marzo de 1968, El Cordobés lanzó su ofrecimiento. Era muy amigo del entrenador, Marcel Domingo, y entre bromas y veras, entre que este no supo decirle que no o le pareció bien probar, urdieron la propuesta: El Cordobés pagaba un millón de pesetas a cambio de jugar tres partidos. Aspiraba, por así decir, a una triple oportunidad. El escrito, tal como fue enviado al club y apareció en la prensa, fue este:

“Yo, Manuel Benítez, El Cordobés, me comprometo a fichar y a jugar a las órdenes de don Marcel Domingo, entrenador del Córdoba C.F., siempre que lo considere oportuno. Bajo las condiciones que yo, Manuel Benítez Pérez, manifieste. Pongo a disposición del Córdoba C.F. que Marcel Domingo entrena la cantidad de un millón de pesetas a fondo perdido siempre que me den tres partidos a jugar de oportunidad, en las temporadas que yo indique. En la temporada 67-68 jugaré un partido, pero si el entrenador señor Domingo lo considera oportuno jugaré los dos restantes. En caso contrario me comprometo en jugar los dos partidos en los ocho primeros de la Liga 68-69. Manuel Benítez Pérez, al final de los tres partidos queda libre de todo compromiso con dicho club, perdiendo el mismo todos los derechos de opción y retención de cualquier clase sobre el jugador”. Firman él, Marcel Domingo y tres testigos.

El club no accedió, claro. Marcel Domingo, el complotado, ni siquiera acabó la temporada. Le sustituyó Argila, que consiguió mantener al equipo tras el susto de una promoción con el Calvo Sotelo. En la 68-69 ya bajó el Córdoba. Kubala sustituyó a Argila en diciembre. No pudo salvar al equipo, pero sacó buenos jóvenes. Quedó bien. De ahí saltó a seleccionador. Aún volvería, fugazmente, en la 71-72. Era ya el Córdoba de Manolín Cuesta. Nada más subir, Verdugo fue traspasado al Madrid, por ocho millones y las cesiones de Fermín y Del Bosque. El equipo llevaba ya semanas descendido cuando en la penúltima jornada recibió al Barça, que se jugaba la Liga. Traía de portero a Reina. Ganó el Córdoba, 1-0, gol de penalti del madridista Fermín. El Madrid ganó esa Liga y cada jugador del Córdoba recibió 100.000 pesetas. Varios se compraron un piso con esa prima.

El Córdoba no ha estado muchas temporadas en Primera, pero fueron sonadas. Ahora vuelve, a los 43 años. Es un gusto reencontrarle.


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