Por Alfredo Relaño
El Córdoba
C.F. apareció en Primera en la 62-63, sólo ocho años después de su fundación,
fusión de dos clubes locales, el RCD Córdoba y el San Álvaro. Fue un ascenso en
circunstancias curiosas. Llegó a la última jornada como líder del Grupo Sur,
con un punto más que el Málaga, pero con el goal average perdido. Tenía que
ganar en Huelva para asegurar el ascenso. Como el Recreativo no se jugaba nada,
el Málaga le primó de una forma realmente singular: le pagó cuatro días de
ejercicios espirituales, en parte para asegurar su descanso y en parte para
mover su conciencia a la virtud. No sirvió de mucho: el Córdoba ganó 0-4, con
tres goles de Miralles, héroe del ascenso. Ese Córdoba jugó después contra el
Depor de Amancio y Veloso, campeón del Grupo Norte, por el título honorífico de
campeones de Segunda, y salió ganador.
Aquel
era un equipo bien hecho por Olsen, exjugador del Madrid y del propio Córdoba.
Futbolista en buena edad y con cierto recorrido en equipos de Primera o de lo
mejor de Segunda. Bastaron los mismos más el central Mingorance, fichado del
Granada, para mantenerse en Primera con serenidad en la temporada de su
presentación. Otros fichajes (Castaño, Egea…) no llegaron a hacerse sitio fijo.
Eran tiempos de alineaciones de memoria: Benegas; Simonet, Mingorance, Navarro;
Ricardo Costa, Martínez; Riaji, Juanín, Miralles, Paz y Homar. Riaji, marroquí,
era la estrella de importación. Juanín, criado en el Betis, era el cerebro, el
favorito de la afición, junto al goleador Miralles.
La
última jornada de la 63-64 ocurrió una tragedia que conmocionó a toda España.
Un autobús que reforzaba la línea de Pío XII al campo de fútbol, El Arcángel,
cayó al Guadalquivir. Murieron 11 personas. Eran rezagados que iban al partido,
que comenzaba a la hora del accidente. En la ciudad cundió el pánico, porque
todo el que tenía familiares en el fútbol tuvo razones para temer. La megafonía
del campo dio multitud de avisos llamando a familiares. En medio de esa
confusión, el Córdoba ganó 4-0 al Levante, un gran resultado que descartaba el
riesgo de la promoción, pero nadie lo celebró. Al final, el campo estaba casi
vacío.
El
zapatazo llegó en la temporada 64-65. Terminó quinto. En casa ganó todos los
partidos menos tres que empató. Sólo encajó dos goles, uno de Di Stéfano, para
el Espanyol, el otro en propia meta. Fue el curso de la irrupción de Reina, aún
juvenil. Salió del Santiago, un equipo local, y su aparición, de la mano de
Ignacio Eizaguirre, entrenador, glorioso portero en los cuarenta, fue estelar.
Entonces se daba por sentado que los porteros necesitaban más maduración que
los jugadores de campo. Un portero de 18 años era extraordinario. Se mantenía,
aún, a grandes trazos, el equipo del ascenso, aunque con algunos refrescos,
como el ex madridista Luis Costa, extremo de la generación de Velázquez, o el
fino interior Tejada, surgido, como Reina, del Santiago. La alineación también
se recitaba de memoria: Reina; Simonet, Mingorance, López; Martí, Ricardo
Costa; Luis Costa, Juanín, Miralles, Tejada y Cabrera.
Eran
los años del estallido de El Cordobés. Córdoba estaba de moda. Es difícil explicar
a quien no lo vivió el grado de popularidad que alcanzó en esos años El
Cordobés, con su leyenda del robagallinas que llegó a ser habitual de las
cacerías de Franco. Revolucionario en su toreo, detestado por los aficionados
clásicos, arrebataba a los grandes públicos. Le llevaba El Pipo, un genio del
marketing cuando no se sabía lo que era eso. Ni juntando ahora a Nadal, Gasol,
Alonso, Márquez, Casillas, Iniesta y los mejores toreros del momento se
construiría una montaña de popularidad como la que levantó él. Fuera de España
fue tan célebre como aquí. El libro O llevarás luto por mí, de Lapierre y
Collins, fue best seller mundial. Aún recuerdo que el día de su presentación en
Madrid, en mayo de 1964, en mi colegio nos dieron suelta una hora antes para
que se pudiera ver la corrida por televisión.
El
Cordobés fue gran hincha del equipo. En lo posible, no fallaba a un partido.
Siempre invitado al palco, repartiendo abrazos efusivos en cada gol o puñetazos
simulados si el gol era en contra. Muchos jueves participaba en el
entrenamiento. Los jueves siempre había partidillo. Como las plantillas eran
cortas, se completaban dos equipos con algún juvenil, algún ex, el segundo
entrenador… El Cordobés, un apasionado, acudía mucho, aprovechando que la
temporada de fútbol va a contrapié con la de toros. Miralles, con el que me vi
hace poco en su Xàtiva natal, recuerda aquello con simpatía: “Se apañaba.
Jugaba de medio, iba y venía, corría sin parar. Siempre estaba donde el balón.
Con él en los pies era otra cosa, claro. Pero tenía un entusiasmo…”.
Ese
entusiasmo le llevó tiempo más tarde a proponer una extravagancia: su propio
fichaje, sólo que poniendo el dinero él. Eso fue ya a finales de la 67-68. Al
cabo de cinco años en Primera, el Córdoba empezó a sufrir el peso de los
sueldos que en la categoría debía pagar. Y fue traspasando jugadores.
Mingorance y Miralles, al Espanyol, Tejada al Madrid, Reina al Barça. Ricardo
Costa se mató en accidente de tráfico, lo que fue un impacto tremendo.
Empezaron los apuros.
Fue
entonces cuando, en marzo de 1968, El Cordobés lanzó su ofrecimiento. Era muy
amigo del entrenador, Marcel Domingo, y entre bromas y veras, entre que este no
supo decirle que no o le pareció bien probar, urdieron la propuesta: El
Cordobés pagaba un millón de pesetas a cambio de jugar tres partidos. Aspiraba,
por así decir, a una triple oportunidad. El escrito, tal como fue enviado al
club y apareció en la prensa, fue este:
“Yo,
Manuel Benítez, El Cordobés, me comprometo a fichar y a jugar a las órdenes de
don Marcel Domingo, entrenador del Córdoba C.F., siempre que lo considere
oportuno. Bajo las condiciones que yo, Manuel Benítez Pérez, manifieste. Pongo
a disposición del Córdoba C.F. que Marcel Domingo entrena la cantidad de un
millón de pesetas a fondo perdido siempre que me den tres partidos a jugar de
oportunidad, en las temporadas que yo indique. En la temporada 67-68 jugaré un
partido, pero si el entrenador señor Domingo lo considera oportuno jugaré los
dos restantes. En caso contrario me comprometo en jugar los dos partidos en los
ocho primeros de la Liga 68-69. Manuel Benítez Pérez, al final de los tres
partidos queda libre de todo compromiso con dicho club, perdiendo el mismo
todos los derechos de opción y retención de cualquier clase sobre el jugador”.
Firman él, Marcel Domingo y tres testigos.
El club no
accedió, claro. Marcel Domingo, el complotado, ni siquiera acabó la temporada.
Le sustituyó Argila, que consiguió mantener al equipo tras el susto de una
promoción con el Calvo Sotelo. En la 68-69 ya bajó el Córdoba. Kubala sustituyó
a Argila en diciembre. No pudo salvar al equipo, pero sacó buenos jóvenes.
Quedó bien. De ahí saltó a seleccionador. Aún volvería, fugazmente, en la
71-72. Era ya el Córdoba de Manolín Cuesta. Nada más subir, Verdugo fue
traspasado al Madrid, por ocho millones y las cesiones de Fermín y Del Bosque.
El equipo llevaba ya semanas descendido cuando en la penúltima jornada recibió
al Barça, que se jugaba la Liga. Traía de portero a Reina. Ganó el Córdoba,
1-0, gol de penalti del madridista Fermín. El Madrid ganó esa Liga y cada
jugador del Córdoba recibió 100.000 pesetas. Varios se compraron un piso con
esa prima.
El
Córdoba no ha estado muchas temporadas en Primera, pero fueron sonadas. Ahora
vuelve, a los 43 años. Es un gusto reencontrarle.
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